La educación de los hijos requiere una formación específica
Cuando imaginamos una escuela, no podemos dejar de pensar en los maestros y profesores que han recibido una formación específica para ser «educadores» de sus alumnos, no solo «docentes». Sin embargo, a menudo los jóvenes que se preparan para el matrimonio no tienen tiempo para pensar que un día deberán ejercer como educadores de sus propios hijos. Por ello, lo más fácil es que intenten recordar el estilo de educar de sus propios padres, así como los métodos que emplearon «en su tiempo», aunque ahora reconozcan que, en los últimos años, «todo ha cambiado».
Una recomendación que el Papa Francisco ha escrito habrá sorprendido a más de uno. Se ha expresado de este modo: «Las familias no pueden renunciar a ser lugar de apoyo, de acompañamiento y de guía de los hijos, aunque los padres deben revisar los métodos utilizados y descubrir nuevos recursos».
Los padres que se plantean la cuestión de la educación de los propios hijos lo primero que deben hacer no es preguntarse a qué escuela acudirán, sino qué deben hacer para lograr que la vida familiar sea el ambiente en el que sus hijos iniciarán el proceso educativo que deberá prolongarse a lo largo de la infancia, la adolescencia y la juventud. La vida familiar debe ser el principal ámbito educativo.
La familia es la primera escuela de valores humanos, el lugar en el que aprendemos a hacer uso de la libertad. Ciertas inclinaciones se desarrollan en la infancia y arraigan de tal modo que permanecen activas a lo largo de toda la vida, como puede ser el deseo de determinados valores o el rechazo espontáneo de un determinado modo de actuar.
Muchas personas actúan toda la vida de una determinada manera porque consideran que es lo correcto, pues así lo aprendieron desde su infancia, como por ósmosis: “A mí me lo enseñaron así”; “Esto es lo que yo aprendí”.
En el ámbito familiar también podemos aprender a discernir de manera crítica los mensajes de los diversos medios de comunicación. Es muy lamentable que algunos programas de televisión o ciertas formas de publicidad constituyan un atentado a los valores inculcados en la familia.
Otro aspecto importante de la educación familiar tiene relación con el acceso de los hijos a las redes sociales y, en general, al uso de la gran variedad de recursos tecnológicos que tenemos a nuestro alcance. Francisco también se ha referido a esta dimensión de la formación personal.
«Nuestra época se caracteriza por la ansiedad y los rápidos progresos tecnológicos, y una tarea importantísima de las familias consiste en educar la capacidad de esperar».
No se trata de prohibir que los hijos jueguen con los dispositivos electrónicos, sino de encontrar la forma de ayudarlos a desarrollar su capacidad crítica y a no aplicar el ritmo digital a todos los ámbitos de la vida. Postergar deseos no significa prohibirlos, sino simplemente diferir su satisfacción.
Cuando a los niños o adolescentes no se los ayuda a aceptar que algunas cosas deben esperar, se obsesionan en la satisfacción de sus necesidades inmediatas y desarrollan el vicio de «lo quiero ahora».
Esto es un gran engaño que no favorece la libertad, sino que la debilita. En cambio, cuando se les enseña a posponer algunas cosas hasta el momento oportuno, aprenden a ser dueños de sí mismos y a no depender de los propios impulsos. Sí, cuando los hijos reconocen que deben ser responsables y autónomos, su autoestima aumenta. A su vez, esto los enseña a respetar la libertad de los demás. Por supuesto que esto no implica exigir a los hijos que actúen como adultos, pero tampoco menospreciar su capacidad de crecer en libertad responsable. En una familia sana, este aprendizaje se produce de manera ordinaria por las exigencias propias de la vida en común».
Tomado de: ciec.edu.co